Epílogo para una estación solitaria
Ya no quedaba nadie en su único andén. Las puertas habían cerrado para siempre. Ni siquiera el reloj que marcó el momento de las despedidas, muchas para no volver, ¡tantas con lágrimas en los ojos!, ya había desaparecido. Pero la estación de Jaén, la vieja estación de Renfe que dio nombre al kilómetro que separaba el centro de la ciudad de las vías que estrangulaban su propia expansión, seguía ahí cuando se tomó la imagen, con la misma sobriedad con que fue levantada en 1881 siguiendo los modelos al uso en la época y por mucho que en 1970 intentaran hacerle un lavado de cara. La imagen es la de los recuerdos que cada uno tenga de ella. Unos mejores, otros peores, pero todos parte de una irrenunciable historia personal.